NOSTALGIA

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María Emilia Hendreich

Curador Eduardo Stupía

Del 07.10 al  04.11

NOSTALGIA

La palabra nostalgia proviene del griego nóstos, retorno, vuelta y álgos, dolor. Uno de sus sentidos es el del sufrimiento por no poder volver al país natal, y otro, el de la imposibilidad de recuperar algo que se ha perdido. En el país que puede entreverse en las pinturas de Maria Emilia Hendreich, y a pesar de una atmósfera de cotidiana naturalidad, quienes discretamente las protagonizan parecen no exhibir ninguna pertenencia sólida, como si no supieran, o no quisieran saber, si están o no de paso, en tránsito. A la vez, y en un raro efecto de distanciamiento, se tiene la impresión de que un observador clandestino se ha empeñado en dilucidar el carácter de esos personajes según la geografía urbana o suburbana, privada o exterior que los contiene.En reducida serie, fantasmagóricas polaroids de rancia luminosidad, alternativamente nocturnales o diurnas, serían los presurosos apuntes de ese ojo furtivo, huellas asordinadas de un baqueano que se aproxima sigilosamente a su objetivo, pero también someros datos complementarios del disonante acorde territorial que Hendreich nos reserva.

Bajo una lente neutral, se da cita una atomizada asamblea de mujeres jóvenes; a primera vista lucen semejantes y diferentes, pero enseguida aprendemos que se trata de una misma, única Maria Emilia. En cualquier caso, a ella y a todas las afecta un síndrome de extrañamiento que las aísla del propio mundo en el que se hallan inscriptas, donde han sido traídas a una convincente realidad doméstica, para verse simultáneamente abs-traídas, y no porque se sumerjan en la omnímoda conectividad del teléfono celular, o en la pantalla líquida de la laptop: la influencia solapada de algún misterio ha ahuecado su presencia. Tampoco se las adivina inmersas en la introspección, porque a Hendreich no le interesa una eventual densidad subjetiva retratística, ni que hagamos conjeturas emocionales o psicológicas. Estratégicamente, no nos permite familiarizarnos; se clausura toda sospecha de demagogia con el espectador. Aquí, esta primera persona del autorretrato que es también tercera elude el plano cercano, casi nunca mira en nuestra dirección, o tiene su mirada concentrada fuera de cuadro. No nos importa que se encuentre en interiores, en jardines, en fondos o en el súper; una múltiple criatura intocada, moldeada apenas por una paleta tan rica en matices como fanática en su equilibrio, practica o actúa una especie de instante aletargado que es la fuga de sí misma, como si sólo pudiera estar no estando

De allí quizás la desconcertante inquietud y la inesperada melancolía que impregna estas pinturas, un aire de abandono e indiferencia que se parece a la desolación, y que también cubre a los objetos, a los rincones, a los detalles de anónimas acciones, a los fragmentos texturales o edilicios y a los escenarios vacíos, que en este inventario de ajenidades justamente llaman la atención por fuerza de su anonimato.  Maria Emilia Hendreich ha urdido un hierático catálogo de im-personificación existencial, testimonio de ese esquivo y áspero fenómeno, inenarrable y a la vez intensamente material, que es la pura añoranza de un no sé qué extraviado para siempre, sin otra interlocución que la del silencio.

Eduardo Stupia – Setiembre 2021




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