5 putos kilos

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Bernardo Montoya Chaux
Curaduría Ruth Geoffroy

INAUGURACIÓN: 20.8
CIERRE: 4.9

La burocracia es esa majestuosa institución que ha logrado lo que ningún crítico de arte se atrevió a soñar: convertir cada trámite en una performance conceptual involuntaria. Desde que el primer funcionario romano decidió que se necesitaba un sello para validar un sello que validaba otro sello, hemos asistido al espectáculo más lamentable de la civilización occidental constituido por la transformación sistemática de lo simple en imposible.
La historia del arte está plagada de memorables entorpecimientos administrativos. En 1926, los padeció Constantin Brâncuși con su Bird in Space, obra que fue detenida por las autoridades estadounidenses porque no se «veía suficientemente como arte» para ser considerada escultura y evitar los aranceles de importación. En esos tiempos al menos tenían la decencia de cuestionar el contenido y no simplemente el peso.
La leyenda del impedimento llega hasta esta muestra y su protagonista, el artista colombiano Bernardo Montoya Chaux, quien ha tenido la fortuna de experimentar en carne propia la exquisita mediocridad del sistema.
La burocracia es un laberinto sin salida, un proceso que se alimenta de sí mismo hasta convertirse en su propio fin. Cinco kilos. Apenas cinco kilos separaron las cerámicas de este artista de su destino expositivo, transformando lo que era una muestra planificada en una reflexión forzada sobre los mecanismos obtusos del poder estatal.
Cuando la caja llegó a la aduana y fue rechazada por el imperdonable crimen de sobrepasar el límite sagrado, no se trató simplemente de un contratiempo logístico. Ese excedente se convirtió en la metáfora perfecta de nuestro mundo, donde las reglas existen con la pureza de los axiomas matemáticos, donde la lógica se subordina sumisamente al procedimiento y donde el individuo queda atrapado en engranajes que funcionan con la perfección de lo incomprensible.
Pero Montoya, a diferencia del desafortunado Josef K., abreva en las aguas del arte. Donde Kafka vio desesperanza, este artista tuvo la audacia de encontrar oportunidad. Donde la administración impuso límites, él halló inspiración. Porque resulta que la verdadera genialidad no radica en someterse a los caprichos de un aparato implacable, sino en responder con más creación, con mejor propuesta, con el arte que verdaderamente importa.
Su respuesta se ha materializado en obras creadas con materiales de embalaje, convirtiendo esos elementos en testigos del despojo burocrático. Las tapas con la leyenda «FRÁGIL» se han transmutado en lienzos que señalan nuestra propia fragilidad ante los sistemas de control y vigilancia. Las balanzas, esos instrumentos de tortura administrativa, ahora pesan lo que deberían pesar: el lastre de la arbitrariedad institucional.
En un gesto de ironía sublime, el artista colombiano ha creado obras que pesan exactamente cinco kilos. Cinco kilos de burla elegante, de resistencia creativa, de belleza que trasciende cualquier límite. Esta muestra emerge del hecho de que el artista no depende de materialidad específica ni de técnica particular para encontrar su expresión y evocar la belleza. El verdadero talento reside en la capacidad de Montoya de transformar el obstáculo en inspiración, el impedimento en impulso transformador, la restricción administrativa en libertad expresiva.
La experiencia se vuelve casi inmersiva cuando uno camina entre estos materiales que evocan el proceso kafkiano. Cartón corrugado, cajas, papeles, guata y materiales de embalaje se erigen en esculturas triunfantes gracias a y a pesar de la burocracia. Cada pieza responde a la ley que reduce al arte a números con un simple dispositivo de pesaje. Cada elemento de empaque convertido en expresión comete la insolencia de declarar que el arte no se puede pesar, no se puede medir, no se puede detener en ninguna aduana del mundo civilizado.
Franz Kafka era un pesimista que nos mostró cómo Josef K. se ve envuelto en un sistema judicial incomprensible que lo acusa sin especificar el delito, lo juzga sin permitirle defenderse y lo condena sin explicar la sentencia. Las cerámicas de Montoya experimentaron su propio proceso al ser acusadas del crimen de exceso, juzgadas por una báscula implacable y condenadas a permanecer en el limbo aduanero. Pero a diferencia del protagonista de El Proceso, este artista tuvo la audacia de no rendirse ante lo absurdo del aparato estatal.
Cinco kilos pueden significar muchas cosas. En el cuerpo de una persona, la diferencia entre la salud y la enfermedad. En una balanza comercial, entre ganancia y pérdida. En el equipaje de un viajero, determinar si el vuelo se toma o se pierde. Pero en la obra de Montoya Chaux, estos cinco kilos se han convertido en la medida específica de su fuga artística, en la cuantificación exacta de traspasar los controles irracionales del Estado.
Esta exposición surge precisamente de esta negativa a doblegarse, de esta capacidad de convertir el impedimento en motor creativo. Las esculturas cerámicas han sido sustituidas por algo infinitamente más poderoso como es la demostración de que el arte trasciende cualquier materialidad específica, cualquier técnica particular, cualquier límite externo.
Las cerámicas de Montoya, aunque físicamente ausentes, se han materializado de otra forma. Su peso las ha convertido en una declaración sobre la carga administrativa, pero su ausencia ha demostrado que la creación no necesita estar presente para existir, no necesita ser pesada para tener relevancia, no necesita llegar a destino para cumplir su objetivo.
Pocos kilos de exceso se han transformado en toneladas de significado. La muestra que no pudo ser se ha convertido en la que necesitábamos, la que nos invita a reflexionar sobre los constantes despropósitos burocráticos. 5 putos kilos es más que una exposición; es un manifiesto, una declaración de independencia creativa, la prueba de que las mejores ideas nacen de la resistencia a condicionamientos ridículos. Es la demostración de que cuando la realidad nos presenta obstáculos, el arte tiene el poder de transformarse, reinventarse y tornarse más poderoso.
Las cerámicas de Bernardo Montoya permanecen en custodia aduanera, disfrutando de la hospitalidad del Estado. Su liberación depende de procedimientos que nadie se molesta en explicar completamente, en un proceso que podría durar semanas, meses o para siempre. Mientras su ausencia pesa cinco kilos, su presencia en esta muestra carece de masa, siendo pura levedad triunfante sobre la premeditada malicia burocrática.


Ruth Geoffroy
Curadora




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